Un "Encuentro Cercano" con la fauna polar, moneda corriente si uno esta atento y bien predispuesto.
Resumen del Artículo: Navegar el Pasaje de Drake, las aguas más tempestuosas del planeta en ruta hacia el Continente Antártico, es el mejor prólogo al duro entorno que encontraremos una vez que cruzamos el Frente Polar Antártico para acercarnos a la Península Antártica.
Los encuentros con la fauna Antártica son siempre momentos único, donde tan sólo con un poco de paciencia y una pizca de empatía, podemos experimentar un verdadero "Encuentro cercano", sin necesidad de invadir o molestar al individuo en cuestión.
Mientras navegamos estas aguas, podemos encontrarnos con grandes mamíferos, como ballenas azules o fin, incluso orcas (como bióloga y admiradora, me resisto a llamarlas “ballenas asesinas”) y asombrosos albatros y petreles, todos ellos a quienes no parece importarles en absoluto las olas de 12 metros y vientos de 40 nudos que se pueden experimentar al cruzar el Pasaje.
Mientras mis ojos presencian este asombroso paisaje una y otra vez (como guía antártica lo visito a menudo) internamente me reencuentro con las palabras de Werner Herzog: "No veo más que la abrumadora indiferencia de la naturaleza...", es en ese momento en el comprendo plenamente el hecho de que no estamos diseñados para este entorno. Sólo somos visitantes, forasteros. Sin embargo, estos pensamientos a veces se desvanecen un poco, como esa mañana brumosa en la que visitamos la isla Gourdin y fuimos testigos de un encuentro muy particular, entre un hombre y un cachorro de foca.
Gourdin es una pequeña isla rocosa ubicada en el extremo occidental de la Península Antártica. Debido a tal ubicación, está expuesta al temperamento del Océano Austral: tormentas, olas, niebla y hielo marino. Es un gran sitio de desembarco y para la observación de vida silvestre, ya que está habitado por tres especies de pingüinos reproductores (barbijo, Papúa y Adelia), petreles gigantes y skúas pardas. Pero esa fría mañana de Diciembre, lo que captó mi atención fue una joven foca de Weddell que patrullaba la costa. No pareció perturbase en absoluto por nuestra presencia, sino que nos observó llegar, bajar a tierra y volver al barco a recoger pasajeros, contemplando toda la operación de desembarco entre la espuma de las olas. Curiosa, pero aún a una distancia prudencial. Las hembras de foca de Weddell suelen tener una cría al año, de Septiembre a Noviembre (aunque es la única especie de foca a la que se le registran nacimientos de gemelos). Rara vez salen a tierra, dado que se aparean, comen e incluso duermen en el agua. A diferencia de otras focas antárticas durante la época de reproducción, las hembras optan por parir sobre el hielo continental o en bandejones de hielo flotante, una vez cumplidos los 14 meses de gestación. Los recién nacidos pesan entre 25 y 30 kg y crecen hasta el doble de tamaño en la primera semana de vida. Durante estos primeros días, sus madres ya las animan a entrar al agua. Madre y cría permanecen muy juntas durante aproximadamente 1 mes, después del cual mamá regresa al océano hasta el próximo verano, y la cría es destetada, quedando sola a experimentar el mundo y cazar de forma independiente. Pero hay un detalle particular que hace a las focas de Weddell muy especiales, y a aquella fría mañana en la isla Gourdin tan inolvidable, y es que son animales muy vocales. Realizan fuertes sonidos que se pueden escuchar desde arriba del hielo marino durante la temporada de apareamiento, y las madres llaman a sus cachorros por medio de vocalizaciones desde distancias lejanas, cuando el olfato no es eficiente. Estas vocalizaciones especiales o "canciones" son particularmente importantes en las interacciones madre-cría durante ese mes en que permanecen juntas.
Entonces, todavía sin dientes, pero con suficiente grasa para sobrevivir hasta poder cazar (la leche materna y el pescado no han sido encontrado juntos en los estómagos de las focas bebés), grandes ojos negros similares a los de un gatito, y sólo una forma conocida de conectarse con el mundo a través de sonido, estaba el cachorro. Con la cabeza fuera del agua mirando atentamente a mi Líder de Expedición, que se encontraba de pie sobre una roca en la orilla, como un faro para los botes que intentan encontrar un lugar seguro para recoger pasajeros y regresar al barco. Y allí estaba yo en mi puesto, mirando a ambos: el cachorro de foca emitiendo sonidos con su boca desdentada hacia el Líder de Expedición, y él mirándolo atónito con los brazos sobre la cintura. El humano entonces respondió algo. El cachorro de foca, también. Yo, tratando de no reírme para no romper el hechizo y evitar que alguno de los dos se distraiga, comencé a pensar que esa indiferencia de la naturaleza que se me revela tan magníficamente en este entorno, descorre su velo por un momento en esta escena. Donde lo que puedo ver es un “niño” que se ha quedado solo hace un par de meses, conectando por un momento con algo que llama su atención, en un tímido y al mismo tiempo estruendoso intento de encontrar algún tipo de compañía. A lo lejos, el conductor de uno de los botes observa lo que estaba ocurriendo, y pone el motor en neutro para no perturbar el encuentro. La foca en el agua y el hombre de pie en las rocas a unos 4 metros de distancia, mantienen una conversación por unos cuantos segundos, que se desvanece lentamente cuando el cachorro pierde el interés y comienza a nadar pacíficamente. En su camino hacia mar adentro, se detuvo y miró hacia atrás un par de veces. Tal vez pensando "esa no era mi mamá"; tal vez pensando "qué extraña criatura en tierra"; tal vez pensando ...
Antártida es un lugar donde la fauna aún no siente miedo por los humanos. No huye espantada al vernos (si no hacemos nada para espantarlos, claro).
Esto representa entonces una enorme responsabilidad de nuestra parte. La de siempre respetar las distancias y observar que estos encuentros sucedan bajo las reglas de los que no son visitantes ni forasteros, sino que viven aquí desde tiempos inmemoriales.
About the Author
Luciana es oriunda de Rosario, Argentina, y obtuvo su Licenciatura en Ciencias Biológicas en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Antes de obtener su doctorado en biodiversidad de insectos acuáticos en lagos de montaña patagónicos, trabajó durante 3 años para el Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico, como asistente científica y oficial ambiental en bases científicas antárticas.
En la actualidad vive en Bariloche (Patagonia) realizando investigaciones sobre los efectos de especies no nativas a través de los ecosistemas terrestre-acuático en humedales. De vez en cuando, realiza una pausa en la investigación para ir a bucear, y para ser intérprete ambiental y guía en viajes de naturalismo a África y Antártida.
Luciana es nuestra Bióloga residente y Jefa de Divulgación.
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